miércoles, marzo 08, 2006

¿Donde quedaron los ochentas?

Vamos, vamos. ? ¡Qué hay que ir a la escuela!
No mamá, no mamita, no ma...es que... me duele la muela.
Arriba Juan, las excusas a tu abuela, mañana vas a la muelera, pero hoy, a la escuela.

Y fue así como, obligado tenazmente por su despertador humano, objeto de las maldiciones de muchas generaciones, y principal sustento de las fuerzas productivas del país, Juan tuvo que ir a la escuela. Triste comienzo de una triste historia.

Y...¿porqué?, muy simple si Juan fue a la escuela esto no implica que el dolor de muelas fuera falso.

Puesto que no, señores, ese dolor no era fingido. Así fue como el muy orondo fue al dentista una tarde de otoño. La dentista era una dulce quinceañera de blondos cabellos rizados y unos hermosos ojos color caramelo de pera, que le dijo así:

No querido, esto no puede seguir así, te la tengo que perforar. Voy a comenzar haciendote un tratamiento de conducto, por allí entrará un tubito, el cual ya relleno te dará la felicidad y la libertad que tanto ansías. Y sacó el torno nomás.

Lo que siguió es muy impresionante y por ello no lo voy a referir, mejor que quede entre la muela y la dentista, historia demasiado pasional para mi gusto.

Esa fue la historia que dio comienzo a la verdadera vida de Juan, el punto que marco al Juan que todos conocemos ahora, porque un día, estando ya Juan en el Colegio Secundario, tropezó y cayó siete pisos por la escalera. ¿Se mató? No..., al llegar al último se levantó ileso, sólo que sintió un gusto raro en la boca.

- ¿Qué pasó?.
- Se le salió el relleno del tubito.

Eso no fue todo, porque según la posterior autopsia, el tubo conectaba directamente al intestino. Y esto tuvo consecuencias, la primera de las cuales se descubrió en la primer fiesta de quince a la que asistió nuestro atribulado muchacho. En este caso, comenzó a tomar, a tomar, a tomar y no se emborrachaba. Los amigos, los compañeros del liceo tirados por el piso, y a todo esto el inmutable. Luego el confesaría, a su psiquiatra, que iba al baño muy seguido.

Al poco tiempo se gano el apodo de Juan ?resistencia alcohólica? Domínguez. Al poco tiempo las mujeres se le acercaban, y tenía de a dos o tres por noche, eso ya de más grandecito, y los amigos lo buscaban para que manejara el coche, las noches que salían de tragos. Se acostumbró a la popularidad.

Llegó a competir en justas de resistencia alcoholica y a todas las ganaba, eso si, iba muy seguido al baño. Así hizo el dinero que hoy es su herencia.

Hoy es un empresario multimillonario que tiene clínicas dentales por todo el mundo, lo persigue y espía la KGB y la CIA, está casado con la ahora octogenaria dentista, y tiene un fiat 600 y una casa en Acapulco, donde vive la tía. Tiene Asegurada su dentadura en tres millones. Sumados a un riñon artificial de trescientos mil dólares y un estómago transplantado.

El único estigma de su vida es que su hijo de trece años se ha ido al himalaya, se hizo monje budista. En declaraciones al periodismo internacional dijo: - me voy a tomar la leche tranquilo, sin que nadie me joda.

Un rebelde, el chico

1 comentario:

AiShA dijo...

quien dijo que no había un tono?...
Sólo que cada uno tiene el propio, como la huella digital, como un adn literario.
"Un rebelde, el hijo"
Buen remate, y dinámico el texto, incluida la tía de Acapulco.
Voy a seguir con mis visitas, más tarde, más luego.
Saludos.
Carito